-Once raspadillas-cabeza de abanico. Y “Gaña”, con su acostumbrada voz temblorosa: Palomillas de M…Nosotros queríamos a “Gaña”; borrachito proyectaba una alma de infante, a pesar de sus sesenta años. Era un hombre calvo y nos sorprendía cuando decía la hora exactamente. En varias oportunidades lo observamos que miraba el sol y a veces hablaba consigo mismo; pero nunca supimos como se llamaba y si tenía mujer o hijos.”Gaña”, era para nosotros un viejo amigo que nos vio crecer por la plazuela desde churres. A mí una vez me dijo:”Que grande que estás manetito.
Al oscurecer nos pedía que le ayudáramos a empujar su carreta celeste. Pesaba como 200 libras y una vez que tomaba viada, se iba solito hasta cruzar la plazuela Checa y perderse de nuestra vista.
Al día siguiente muy temprano otra vez el raspadillero. Con su delantal marrón, nos dio siempre la impresión que tenía pinta de carnicero. Durante el día raspaba con vocación el hielo, trabajito diario que lo transformaba en un laboratorio, hombre apacible y patriarcal, lo notábamos así hasta que aparecía tristona la tarde. Se le veía cansado y triste, con una palidez sobresaliente. Si se emborrachaba al medio día nos fiaba la raspadilla. Y nosotros muy campantes, le decíamos: 8,000 soles de raspadilla con todos los jarabes.”Gaña”, nos replicaba: churres de M…
1958, nos tomó de sorpresa, a pesar de tener las primeras gilas del barrio Sur y de la calle Bolívar. Había conocido a Griselda y era como si hubiese descubierto la emoción más grande de mi vida. Cuando la veía gordita, con su colita de caballo y sus sandalias de verano, me parecía una muñeca linda, salida de esos cuentos que me había contado la maestra cuando era un elemental estudiante de primaria, con la timidez propia de los niños.
Ahora en el verano, podríamos distinguir mejor las sorpresas. Por aquellos días quise tanto a Griselda, que la buscaba día y noche en la casa de Melitina. Los muchachos de la calle Bolívar la enamoraban; pero estoy seguro que nunca les hizo caso. Cuando Griselda viajó a Tumbes a pasar sus vacaciones, supe que “La Guango Ramírez”, la fue siguiendo enamorando como un adulto. En Abril, supimos que había rebotado. Griselda, tenía su personalidad y era muy emotiva; pero se ponía con una cara de vieja, cuando le hablaban de besos y abrazos. Situaciones y cosas que las considerábamos las más hermosas del mundo. Era nuestra edad.
En su ausencia frecuentamos los chicheríos del barrio Buenos Aires; estuvimos casi todo el verano escuchando en las chinganas a Lucho Barrios, nuestro cantante preferido con su bolero ”Marabú”. Siempre escuchábamos llorar a la señora que nos vendía la chicha.
Su hija mayor nos dijo:”Es por el desgraciado de mi papᔿY dónde está tu papá?. No sé, creo que con otra mujer. No te preocupes también el mío tiene otra, dijo “Buche Pavo”.Ese no es un problema eterno. En Sullana, es común que un marido tenga su querida. La chica sonrió y me dijo:- Mejor vamos a bailar merecumbé - Y yo como un alucinado botando mis energías hasta las cuatro de la madrugada. A esta hora salíamos todos los machitos, después de haber ingerido cinco tinajas de chicha y claro de maíz, el verano pasado.
Poco a poco, sinceramente nos sentíamos hombrecitos y lo supimos cuando estuvimos en la casa de “Josesito”. Mi primo Mario había estado de lo lindo con una ecuatoriana y nos contaba maravillas. El burdel mal pintado y hediendo anclado en la arena, nos causó desilusión. Estuvimos como nunca inseguros; pero entramos y lo recorrimos minuciosamente durante cuatro horas. La ecuatoriana del cuarto número ocho, toda desnudita tendida en una cama rosada. Nos guiñaba el ojo y nosotros sacando pecho: ¿Lindura cuánto cobras? Y ella empecinada guiñándonos el ojo izquierdo, ahora con más fuerza. Nos miramos y decidí entrar. Para que no se diera cuenta de mi inexperiencia y del nerviosismo le dije.¿Te gusta la Feria?. Más o menos chico me respondió. Sin darme cuenta me había desvestido y todo flacuchento frente a un espejo, miraba su agradable cara, sus voluminosos seños, su poderosa figura morena, toda provocativa y tremendamente agresiva.
Estuve casi un siglo y me acarició tanto que me atreví a confesarle mi amor por Griselda. Al final, me olvide por algunos momentos de la gila y descubrí que el sexo a mi edad costaba treinta soles. Tenía catorce años.
Los muchachos estaban en el corralón de atrás y todos estaban asustados, porque la policía se acercaba por la Gran Unidad escolar “Carlos Augusto Salaverry”. Nos jodimos repetía ”Lagartijo Macho”. No te preocupes. Total no nos van a encontrar a dentro de los cuartos. Después de media hora, no había pasado nada. Nos contaron que los tombos iban en busca de dos rateros que habían asaltado a un comerciante ecuatoriano. Los lunes y los sábados bajábamos al río por la loma del canal, íbamos a buscar una playa y a jugar pelota con los churres de la calle Córdova. Regresábamos al atardecer, justo cuando los gallinazos tomaban democráticamente la sangre que salía de un tubo grande y oxidado, incrustado en una peña. El camal, frente al puente se le veía, como una casa de campo rodeada de frondosos y añejos algarrobos.
El valle del Chira, apetitoso, tropical y afrodisíaco, dejaba pasar por su territorio el agua que se perdía para siempre en la bocana de Colán. Los pescadores sabían que en el mar se enfrentaban día y noche y a toda hora con el río que, rencoroso llegaba acompañado de palos, cerdos muertos y aves de toda clase. El Chira, venía torrentoso con sus victimas y su furia. Nosotros sabíamos que era un criminal y malvado, que no respetaba ninguna invocación, ni cosa parecida. El Chira era temible y en Marzo traía toda la furia reprimida y violenta. Su cauce era monstruoso y asustaba a todos los distritos cercanos. Y no era para menos. Una noche entró sin permiso al pueblo de Amotape y en un par de horas destrozó el cuarto de todas las casas que con mucho esfuerzo habían sido levantadas por lo campesinos del lugar. En Febrero del año anterior la lluvia fue inmensa y larga que aumentó el caudal asombrosamente. Cinco millones de litros por segundo era el promedio de los aforos. La lluvia, dañina formó inmensos charcos de agua en la calle Tarapacá, a la altura del local del club “Jorge Chávez”.
Al comienzo se pensó que era un aguacero pasajero y oportuno. A mediados del mes, el río fue ensanchándose y como buscando el mal sacaba de raíz los primeros cocoteros que encontraba a su paso. Pero sus víctimas eran niños y jóvenes que inocentemente se metían en busca de sus aguas. Su deseo era provocar duelos y sentirse odiado. Siempre creyó tener dentro un alma antigua y maldita.
Nadie podía detener su rugido y su velocidad. Ni como desviarlo a otro cauce. Nosotros desde las lomas amargos y molestísimos, requintándole por las playas. Nos retirábamos mentándole la madre, como si la tuviera. Empecinados en desafiarlo, nos tirábamos del mismo puente que miedoso se moría de nervios. El Chira, con sus remolinos entre nuestras piernas como jugando, como diciéndonos: No tengan miedo. Vengan más acá. No les haré nada. Pero sabíamos que iríamos a la muerte. Nunca logró convencernos, por eso cada vez aumentaba su rabia.
Nosotros sabíamos que Marzo era el tiempo de duelo y de la muerte.”Gaña”, se preocupaba, cuando nos veía sin zapatos y con la pelota debajo del brazo. El sabía que iríamos al río a jugar cerca de su orilla y que luego teníamos que darnos nuestro acostumbrado baño de verano. De tanto replicarnos, se encariñó con nosotros. Siempre nos decía: Cuidado con el río.
En el primer trimestre del año, era una costumbre hablar del Chira, hablar de ahogados y de tragedias; era también una buena razón para prolongar la conversación después de la comida. En otoño, sin embargo el río era diferente. Su crueldad se reducía a producir un lento ruido sobre el cauce. En esta época, solían las familias de Sullana, irse a pasar un día de campo, junto a sus orillas y tomaban fotografías desde el pasamayito, donde el valle era deslumbrante e infinito como un cuadro de Van Gogh.
Pero el Chira, ahora crecido y temible era distinto, atormentado, como un loco se proponía arrasar a quien lo desafiara. Pasaba debajo del puente con sus traumas y silbaba rencoroso al pie el puente; por las noches se reía sarcásticamente y agazapado no podía ocultar sus malas intenciones. No le importó nunca que lo conociéramos así. Y nunca se arrepintió que la gente sufriera o que los campesinos tuvieran que pagar tantos daños causados por su furia.
El “Gorila”, que tenía fama de ser el mejor buceador del río en los últimos veinte años, nunca pudo atraparlo. Y cuando hizo para tenderle una tradición. Hasta en el otoño quiso sorprenderlo cuando las aguas eran mansas. El “Gorila”, era su presa numero uno y no lo quiso nunca, lo odiaba y lo maldecía. Y es que nunca le dio la oportunidad de caer en la trampa.
Era una tristeza encontrar la noticia en la casa “Se ahogó tu amigo Yarlequé”